El sepulcro el sitio más concurrido de toda la enigmática Necrópolis de Colón es el de Amelia Goyri, La Milagrosa, que goza de fama mundial. La sencilla estatua allí enclavada nos recuerda una madonna en pie, en divino gesto maternal con el niño cargado y la simbólica cruz, vistiendo una larga túnica con la cabeza descubierta y los cabellos cortos. El rostro es apacible y la mirada doncel, de unos 24 años a los que la Muerte les arrancó la vida durante el parto.
Fue Amelia Goyri de la Hoz, una joven de clase media que nació en La Habana de 1879. El noviazgo con su primo José Vicente se convirtió en un idilio que tuvieron que defender juntos tras el rechazo de sus padres, que aspiraban desposarla con un hombre rico. Perdiendo a su madre a los 13 años, Amelia despide a su bien amado que partía con las tropas mambisas y su padre la envía a casa de su tía Inés, casada ésta con el español don Pedro, Marqués de Balboa. En la calle Egido, entre Apodaca y Gloria. A principios del siglo XX regresa el ascendido a capitán del Ejército Libertador José Vicente, muere don Pedro de Balboa y su tía doña Inés aceptó su noviazgo con el joven idolatrado. Al año de sus nupcias, Amelia Goyri muere víctima de un ataque de eclampsia.
Inhumada el 3 de mayo de 1901, José Vicente se dedicó a cuidar con suma entereza el descanso eterno de su amada. Aunque la estatua no fue colocada hasta 1909, las visitas matutinas de José Vicente eran diarias, vestido de negro, con sombrero en mano, tocando la segunda aldaba de la parte derecha del sepulcro. La asiduidad de sus visitas y majestuosidad de sus actos, despertaron la curiosidad de muchas personas, esto aparejado a cualidades extraordinarias que sobre ella comentaba, logró un ascenso en el número de devotos que visitaban a Amelia. Las quejas de José Vicente a las autoridades eclesiásticas no tuvieron la respuesta que él hubiera querido. Las personas, siempre que hubiera respeto, podían transitar libremente y el joven enamorado colocó, sin autorización, una placa prohibiendo la visita de extraños y la colocación de flores. Muere feliz en 1941, quizás pensando en el añorado encuentro con Amelia.
El decursar de los años trajo nuevos adeptos desde lejanas latitudes. Varios milagros fueron atribuidos por la población a la nueva santa, desde el poder concebir hijos hasta los buenos partos. Desde entonces cintas, diversidad de flores, cartas con encargo y de agradecimiento, aparecen en su sepulcro.
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