Puerto dorado para quienes le seguían los pasos a la fortuna, La Habana de ensortijados helechos en los balcones, pleno siglo XX andando sobre ruedas, seguía seduciendo con sus palacios coloniales, viejas fortalezas y la imponente herrería de Oggún que regodea los vitrales, otorgando singular encanto a esos ventanales abiertos a las brisas del Caribe.
Dueña de cuanto corazón intentara desafiarla, La Habana le arrebató la cordura a Manuel López Lledín, un español que la vio como la bien amada de su natal Fonsagrada. Y reverenciándola, se quitó el sombrero para proclamarse distinguido Caballero de París, el más alto representante de la noble demencia y eterno caminante de sus calles.
Este muy criollo Quijote, vagó durante varias décadas por los arrabales de la histórica ciudad de las columnas. Armado de su ancha y negra capa de cortesano, una melena revuelta y muchos otros extravagantes atributos, que nunca fueron motivo de burla para los habitantes de la urbe cosmopolita. Proveniente de Galicia, este hidalgo improvisado ancló su destino en La Habana buscando mejor suerte, y trabajó como camarero en los hoteles Telégrafo, Sevilla y Manhattan.
Aquejado por una chifladura, que aún se discrepan los orígenes entre el amor imposible abandonado en España o una injusta encarcelación por un robo que nunca cometió, López Lledín desandó las anchas avenidas y oscuros callejones cautivando a todos con simpáticas epopeyas, títulos de nobleza y un vasto conocimiento sobre cortes de reyes, caballeros y princesas que lo apartaron de la realidad para sumirlo en un mundo onírico donde solo era feliz.
Su gracia de andarín y hombre respetable, inspiró a varios artistas que recrearon su figura a través de la música, las artes plásticas y las escénicas, convirtiéndose en obligada referencia cuando de celebridad se hable en la ciudad de las columnas.
El ocaso de su vida lo encontró a los 95 años, atendido como lo que siempre fue: un Caballero, en el emblemático Hospital Psiquiátrico de la Habana, donde es recordado por el psiquiatra Luis Calzadilla Fierro como su más extraordinario paciente. Un sencillo monumento con la fiel interpretación que le hiciera el escultor José Villa Soberón, recrea al afamado personaje paseándose por el frente de la Basílica de San Francisco de Asís, donde descansan sus restos, inmortalizado por la población capitalina que no ha olvidado al último Caballero andante de La Habana.
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